Casi todos los años, al llegar
las vacaciones de verano, visito a un amigo que pertenece a ese grupo de familias que un día decidieron salir de la
ciudad para disfrutar de una urbanización con claro ambiente vacacional,
(piscina, jardín, club social e incluso una pequeña pista de squash).
Casi siempre tengo la sensación
de que su cara de felicidad al enseñarnos año tras año, las instalaciones, esconde algún secreto por
eso cuando lo visito procuro prestar atención a las señales.
Mentiría si dijese que no es
agradable pasar una mañana de domingo en su casa, primero nos hacemos un
aperitivo en la terracita que da a la zona de piscina-jardín, luego una
refrescante ducha antes de meternos en
la piscina para terminar tomándonos unas chuletas buenísimas asadas en la
barbacoa de su terraza interior.
¡Eso es vida!
Lo único que me sorprende en tan
idílico paisaje es la cantidad de carteles de prohibido que tienen rodeando las
zonas comunes, cualquiera diría que son de acceso público y no privado.
- Se
prohíbe fumar
- Se
prohíbe comer-beber en este recinto
- Se
prohíbe jugar con balones
- Se
prohíbe ir en bicicleta
- Se
prohíbe hacer ruidos estridentes
- Se
prohíbe pasear con perros
- Se
prohíbe bañarse en la piscina a los no propietarios sin permiso del presidente…
Aunque estoy totalmente segura de
que Luis ha solicitado ese permiso, mi baño siempre es corto porque el cartel, no especifica cuanto tiempo
tienen los invitados para permanecer dentro del agua pero siento muchas miradas
fijas en mi diminuta figura.
Cuando le pregunto a mi amigo
¿Qué tal en la urbanización? Siempre me dice…! esto es para vivirlo!
Esta frase que Luis repite cada
año unida a la serie de prohibiciones y mezclada con las miradas que siento
como una losa en mi espalda cuando intento dar unas brazadas en la piscina , es
lo que me hace sospechar, lo difícil que
debe ser vivirlo.
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