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martes, 13 de febrero de 2018

LA RADIO Y MÁS


No me gustan nada los “Días de…” pero algunas veces, no tengo más remedio que unirme a las celebraciones.

Mi relación con la radio, se podría decir que ha sido tormentosa, pues comencé odiándola con toda mi alma infantil.

De niña, la radio aparcería los fines de semana con las voces  características de los locutores deportivos, y más concretamente, los que radiaban los partidos de fútbol: gritos, estridencia, repeticiones…

Había un pitidito que señalaba el cambio de conexión con los distintos  campos,  era como un ¡pipipipi! que penetraba en mi cerebro hasta el punto, de tener que  taparme los oídos o cantar “por lo bajini” para que no me molestase tanto.

Escuchar la radio mientras volvíamos de la playa, o regresábamos de un día de sol en el campo, era una pesadilla, porque ese sonido aparentemente alegre del locutor contando lo que sucedía en el campo, era como un revulsivo para mi padre.

Al parecer, cada jugada era una pérdida y cada “pipipi!” conectando con “San Mamés” era una frustración detrás de otra.

Si solo hubiese sido tristeza…pero era mala leche lo que le producía, era un desánimo terrible, era un arrancar con fuerza en los semáforos y perseguir al que le intentaba pasar, era tocar el claxon, a diestro y siniestro y maldecir a cualquiera que se parase a su lado.

Qué efecto tan perverso le embargaba cuando perdía su equipo; El Athletic.

Cuantas veces soñé con que se apagase el aparato un domingo, y ya no pudiese oírlo nunca más.
El Athletic de los 60, perdía muchas veces. Eso sí que lo puedo recordar.

Así que aquel transistor me producía rabia,  tristeza y ganas de huir.

La radio, en esa época, era también comer en silencio, porque oír las noticias era escuchar que habían asesinado a alguien, sin que nadie te explicase que pasaba…

La radio, en mi infancia, no me acompañaba. Me deshacía, me atemorizaba, me encogía.

No sé cuánto tiempo tuvo que pasar para volver a encontrarme con ese aparato, sin temor, pero pasó y sucedió que lo encontré. Seguramente en una de mis épocas de paro, así como pasan las cosas; por casualidad.

Ese encuentro fue como si me hubiesen presentado a un nuevo grupo de amigos, con los que cada día podía encontrarme y que me hacían participes de sus cosas.

Descubrí que aquel pequeño aparato que me llevaba por toda la casa mientras ordenaba un armario, o pasaba apuntes a limpio, o recogía la ropa, era un compañero más.

Tuve el privilegio de escuchar a  Luis del Olmo y a Iñaqui Gabilondo y tenerlos tan cerca o más que a mis  amigos de la playa.
Sus tertulias fueron también las  mías. Sus invitados, entraron en mi casa, y en sus debates, encontré información para formar mi propia opinión.

He tenido la suerte de poder asomarme a “La ventana” de Gemma Nierga, y pasar las tardes acompañada de personas tan increíbles como;  Terenci Moix, Juan José Millas, Boris Izaguirre, Ernest Lluch, Juan Carlos Ortega…¡Qué maravilla!

He perdido muchos amigos de la radio, pero aún así con ella sigo.

Lo mejor es que aun pude darle a conocer a mi padre esa versión distinta de la radio, y hacerle ver, en su vejez, que también servía para distraerse. Que podía  llenarle espacios de tiempo que tenía por llenar. Que la radio no solo era fútbol.

Mi relación con la radio pasó del odio, que le tuve en la niñez, al amor con condiciones, o sea, al amor verdadero.




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