No me gustan nada los “Días de…” pero
algunas veces, no tengo más remedio que unirme a las celebraciones.
Mi relación con la radio, se
podría decir que ha sido tormentosa, pues comencé odiándola con toda mi alma
infantil.
De niña, la radio aparcería los
fines de semana con las voces características de los locutores deportivos, y
más concretamente, los que radiaban los partidos de fútbol: gritos, estridencia,
repeticiones…
Había un pitidito que señalaba el
cambio de conexión con los distintos
campos, era como un ¡pipipipi! que
penetraba en mi cerebro hasta el punto, de tener que taparme los oídos o cantar “por lo bajini”
para que no me molestase tanto.
Escuchar la radio mientras
volvíamos de la playa, o regresábamos de un día de sol en el campo, era una
pesadilla, porque ese sonido aparentemente alegre del locutor contando lo que
sucedía en el campo, era como un revulsivo para mi padre.
Al parecer, cada jugada era una
pérdida y cada “pipipi!” conectando con “San Mamés” era una frustración detrás
de otra.
Si solo hubiese sido
tristeza…pero era mala leche lo que le producía, era un desánimo terrible, era
un arrancar con fuerza en los semáforos y perseguir al que le intentaba pasar,
era tocar el claxon, a diestro y siniestro y maldecir a cualquiera que se parase
a su lado.
Qué efecto tan perverso le
embargaba cuando perdía su equipo; El Athletic.
Cuantas veces soñé con que se
apagase el aparato un domingo, y ya no pudiese oírlo nunca más.
El Athletic de los 60, perdía
muchas veces. Eso sí que lo puedo recordar.
Así que aquel transistor me
producía rabia, tristeza y ganas de
huir.
La radio, en esa época, era
también comer en silencio, porque oír las noticias era escuchar que habían
asesinado a alguien, sin que nadie te explicase que pasaba…
La radio, en mi infancia, no me
acompañaba. Me deshacía, me atemorizaba, me encogía.
No sé cuánto tiempo tuvo que
pasar para volver a encontrarme con ese aparato, sin temor, pero pasó y sucedió
que lo encontré. Seguramente en una de mis épocas de paro, así como pasan las
cosas; por casualidad.
Ese encuentro fue como si me
hubiesen presentado a un nuevo grupo de amigos, con los que cada día podía
encontrarme y que me hacían participes de sus cosas.
Descubrí que aquel pequeño
aparato que me llevaba por toda la casa mientras ordenaba un armario, o pasaba
apuntes a limpio, o recogía la ropa, era un compañero más.
Tuve el privilegio de escuchar a Luis del Olmo y a Iñaqui Gabilondo y tenerlos
tan cerca o más que a mis amigos de la
playa.
Sus tertulias fueron también
las mías. Sus invitados, entraron en mi
casa, y en sus debates, encontré información para formar mi propia opinión.
He tenido la suerte de poder asomarme
a “La ventana” de Gemma Nierga, y pasar las tardes acompañada de personas tan
increíbles como; Terenci Moix, Juan José
Millas, Boris Izaguirre, Ernest Lluch, Juan Carlos Ortega…¡Qué maravilla!
He perdido muchos amigos de la
radio, pero aún así con ella sigo.
Lo mejor es que aun pude darle a
conocer a mi padre esa versión distinta de la radio, y hacerle ver, en su vejez,
que también servía para distraerse. Que podía llenarle espacios de tiempo que tenía por
llenar. Que la radio no solo era fútbol.
Mi relación con la radio pasó del
odio, que le tuve en la niñez, al amor con condiciones, o sea, al amor verdadero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario